Javier y Laura. Con la tecnología de Blogger.
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Extra III + Capítulo 11

Después de un mes de parón, subimos dos capítulos. De este primer tramo solo falta el Extra IV, interconectado con el capítulo 11. Esperemos que os gusten y perdonad esta larga ausencia, pero hemos estado algo ocupados.


EXTRA III
AYAH
"LA MUÑECA MALDITA"
[1967]

Querida Hoyuelo, supongo que tu padre te habrá contado que eres la viva imagen de nuestra pobre Mohini. De hecho, el día de tu nacimiento, vino directo a tu abuela diciéndole que Mohini había vuelto en forma de su nieta; se veía en la cara de Lakshmnan que algo había renacido dentro de él. Desde aquel fatídico día en el que le separaron de su mitad no se le vio tan lleno de vida y con una luminosidad especial en el cuerpo.

Recuerdo el momento en que, aparte de ti, había otra imagen que también irradiaba la belleza de nuestro ángel. Todo esto ocurrió de una forma muy curiosa, poco después de la ocupación japonesa, en ese momento en el que los soldados japoneses estaban huyendo del país temiendo las futuras represalias de los soldados americanos, ya que tenían la guerra ganada. Como no habían contado con este desenlace, no se habían proporcionado barcos de carga para llevar sus enormes propiedades, comida y tesoros confiscados a la gente de Kuantan, exactamente ubicados en un almacén que se encontraba al lado del mercado.

Obviamente, el pueblo no tardo en enterarse de la noticia, y con carros y bicicletas se dirigían con prisas al almacén. Nada más llegar la noticia a oídos de tu abuela, me envió allí.

—¡Date prisa! —gritó—. ¡Antes de que se lleven las mejores mercancías!

Me puse con todas las prisas posibles la ropa de calle y fui pedaleando lo más rápido que me permitían mis piernas al mercado. Vi por el camino como volvían las personas con grandes sacos llenos de arroz, harina y bastantes antigüedades. Mis temores se hicieron realidad; cuando llegué al almacén saqueado solo quedaban cajas vacías y una capa de polvo.

Di una vuelta, pero ya parecía mentira que ese lugar había albergado uno de los mayores recursos de Kuantan. A punto de irme desanimado, avisté una pequeña caja oblonga de madera claveteada.

“Bueno —pensé—, más que nada. Igual en su interior hay algo de valor.”

Ya en casa, lo primero que vi fue la cara de decepción de tu abuela al ver que solo llevaba una caja de madera, pero sin perder tiempo la abrimos. Su interior nos dejó asombrados; en realidad, el primer y único objeto que sacamos. Parecía una figurita tallada a mano por el mismísimo Ganesha, y deslumbraba una belleza increible.

—Es…es… —tartamudeó Sevenese.
—Es Mohini —dijo tu padre, sin el mínimo cambio de expresión de su cara.

Aquella muñequita de jade con destellos verde oscuro permaneció en la vitrina familiar junto a los demás recuerdos familiares. Después supe porqué a Lakshmnam le había sido indiferente este gran hallazgo. Los japoneses se habían llevado a Mohini, y a cambio, nos habían ofrecido una imitación de ella que no sentía, que no hablaba, que no transmitía sentimientos y que su destino era reposar en la vitrina solo para poder contemplarla. No era indiferencia, era una llama que aumentaba su fuego interior, la furia. Nunca nos trasmitió sus sentimientos directamente.

También pude leer el interior de tu querida abuela al contemplar la figura por primera vez. En ese momento recordaba ya como hace años un adivino le había hecho una profecía sobre su vida. Un fragmento de ella era “Atraerás a tus manos un objeto ancestral de gran valor. No te lo quedes ni intentes obtener ningún beneficio de él. Su lugar está en un templo". No podíamos tirar esa reliquia; por fin teníamos un recuerdo de ella, y eso sería aceptar que el adivino tenía razón con el resto de la profecía, la cual no era muy halagüeña en su contenido. La figura sigue en su sitio, y desgraciadamente pienso que tendríamos que habernos desecho de ella; es una brisa de mala suerte que se ha instalado en esta casa.

¿Tendría sentido deshacerse de ella? Pregúntale a tu abuela. El día que alguien quiera que salga de la vitrina, sabré que no es mi Nefertiti.

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CAPÍTULO 11
NISHA
'Transición'
[2001]

Había sido un día muy denso, y estaba agotadísima. Iba conduciendo a mi pequeña mansión para reflexionar con la almohada; esperaba que Amu no hubiese hecho la cena, no suelo tener hambre por las noches.

Seguí conduciendo y me desvié del camino. No sé como, acabé delante de la casa de Mui-Tsai. Varias preguntas rondaron por mi mente: ¿Mui-Tsai? ¿Qué hago delante de su casa? Indirectamente, mi subsconsciente me había dirigido a su vivienda… Supuse que necesitaba alguien con quien hablar del día de hoy. ¿Pero, porqué Mui-Tsai y no cualquier otra persona?
Pulsé el timbre y me abrió la puerta una mujer relativamente joven, pues tenía unas ojeras enormes y la piel negra, pero no como el bisabuelo Ayah; mucho más negra, pero estuve segura de que no era por el contacto con el sol. El pelo lucía un negro mate; ya había perdido el brillo. Otra característica es que era de una estatura muy baja, mediría 1’40 metros. No era costumbre ver ese tipo de mujeres en Malasia. Recuerdo las clases en la escuela; había personas que adquirían un maquillaje totalmente negro por sus antepasados para resistir la dureza del sol en la lejana África. ¿Pero como pudo llegar aquí una joven africana?

No pronunció palabra, simplemente me llevó al salón, donde Mui-Tsai, vestida con una bata de andar por casa, sentada en un sofá de considerable valor y tomando una infusión, estaba viendo una telenovela bastante popular en el país.

—Vaya, Nisha, no te esperaba. Ven, siéntate, y acaba de ver el capítulo de hoy conmigo —dijo ella, con una sonrisa que mostraba arrugas en su cara.

Sinceramente, nunca me han interesado las novelas televisadas. Creo que las repelo. Amor, desamor, engaños y amantes son el pan de la protagonista en cuestión de días. Demasiado surrealista para mi gusto. Por suerte, solo le quedaba unos minutos. El final narraba que la protagonista había elegido el amor de su marido en vez de huir de él, un empresario de la gran ciudad, que la engañaba con una burda dama de la noche. No puedo evitar pensar en mi madre cuando pienso en ese episodio.

—Siento haberte hecho esperar, querida, me he enganchado a esta serie televisiva. Nasib, ¿puedes llevarte la taza a la cocina, por favor?

Sin gesticular ningún movimiento en su boca, se acercó, cogió la taza vacía y se fue.

—Curiosa sirvienta la tuya, Mui-Tsai. No sabía que habías estado en la lejana África.
—¿África? Oh, no, ni mucho menos, Nisha. Es demasiado joven para que la haya recogido de un lugar tan lejano, y mis huesos no están de humor para viajes de tal calibre.
—¿Entonces, de dónde has recogido a esta curiosidad exótica?
—¿No has oído hablar del pueblo Semang? Están casi desaparecidos, pero muy dispersos por Malasia. A ella exactamente la encontré en la provincia de Kelatan, donde queda una pequeña población de ellos. La vi escondida en mitad de la selva, ataviada con un ropaje llamativo, cubierta de sangre e inconsciente. No estaba herida.
—¿Y qué le podría haber pasado?
—Tienen por costumbre que los recién casados de sus poblaciones han de pasar un tiempo dentro de la selva. Supongo que su suami fue atacado por alguna bestia de la selva, muy triste. Supuse que pertenecía a los Jahai, una división de su pueblo en general, pero está muy mal, repito, muy mal considerada la violencia en su cultura. Seguro que la culparían por la muerte de su marido y la condenarían, así que la rescaté y me la traje en el viaje de vuelta a Petali Jaya. Supongo que tiene el nombre perfecto para lo que le ha acaecido la vida —añadió con gran énfasis.
—¿Y… habla? —pregunté, con curiosidad.
—Solamente habla el semang, aunque he conseguido que aprenda órdenes en malayo, así que no tardará en hablarlo. También le costó mucho adaptarse a la vida de ciudad; recuerdo que la primera vez que observó la vista panorámica de la ciudad se llevó un gran susto, aunque he mandado habilitar una zona en el jardín con denso follaje para que se sienta como en casa.

Realmente, Mui-Tsai era una persona a la que le preocupaba mucho las vidas de las personas; en el mundo falta gente como ella. Estuvimos hablando un poco de la cultura semang, de cómo avanzaba 'El Camino de los Sueños', y de su próximo viaje.

—Me gustaría volver a Tailandia; fue uno de los primeros viajes que hice a solas con mi difunto marido, y viví una experiencia espectacular. Tendrías que venir conmigo, Nisha.
—¿A Tailandia? Bueno, no sé que decir…
—Claro que sí, pequeña; dile a Bella que se anime, lo pasaremos bien.

Nos reímos ante la idea; yo lo pasaba bien con ella, y estaba desapareciendo la tensión acumulada durante el día y comenzaba a perder el sueño. No tardé en irme, pues el tiempo había volado y ya eran las ocho y media. Entre charla y charla, el tiempo se alarga. Me despedí de Mui-Tsai con un beso y su sirvienta Nasib me acompañó a la puerta.

Tardé media hora en llegar a casa, y cuando llegué, me estaba esperando en la mesa una ensalada con champiñones y un platito de satay. Amu se habría retirado a descansar, aunque eran las nueve. Cené con lentitud, con la luz de la cocina encendida y la tele apagada, y no tardé en retirarme a la cama. Esa noche quería comentar con la almohada todo lo vivido en el día, pero me dormí al instante y caí rendida.

•••

Los primeros rayos de la mañana asomaron con timidez por mi ventana. Apenas eran las seis de la mañana, pero ya me sentía con energía para empezar el día, que prometía ser intenso. Lo primero que hice fue mirar mi móvil; había recibido un mensaje de Bella del día anterior:

«Es el momento de sacar a la detective que llevo dentro».

Ya sabía que esto pasaría; Bella se había cansado de tanto misterio y estaba investigando a Rani y al hospital en general. No le respondí, pues ella sabía mi respuesta sin necesidad de decirle nada.

Amu aún no estaba despierta, así que me preparé el desayuno yo misma: un simple tazón de leche con cereales. Después, puse el telediario matinal. Apareció con una noticia de Kuantan; al parecer, unos ladrones habían atracado un banco, aunque la operación no resultó exitosa y los asaltantes dejaron muchos daños materiales.
Hablando de Kuantan, tenía que ir a ver a la tiíta Lalita para preguntarle sobre su reacción de ayer con la enfermera; sin duda, esa sería hoy mi prioridad. Enseguida me puse en camino, pues era un viaje largo. Ya estaba planteándome el comprarme una casa por ahí cerca para no tener que emprender caminos tan largos.

Llegué más o menos a las diez de la mañana, y la tiíta Lalita estaba en el porche, limpiando.

—Vaya, Nisha, no te esperaba tan temprano —dijo mi tía abuela, alegre de recibir visita.
—¿Ah, que me esperabas?
—Después de lo que pasó ayer, era cuestión de horas. Incluso estaba preparando café, pasa.

Me senté en el viejo banco mientras ella me servía el café. Observé que tiíta Lalita estaba haciendo limpieza general en la casa.

—Bueno, Nisha, ¿qué quieres saber?
—¿Quién es la enfermera del hospital? ¿De qué la conoces? ¿Y por qué no te reconoció?
—Paso a paso, Nisha, te responderé a todo. Es una historia larga, y que si no estuviera fallecida te la podría contar mi hermana Anna, que en paz descanse. Ella tuvo un marido ejemplar, un empleo muy bien reconocido tanto por esos tiempos como ahora, y una hija preciosa y muy hermosa.

»Como ya te dije, la perdió en un parque, mientras echaba la vista a los exámenes de sus alumnos o a cualquier otro texto importante. Hubo una búsqueda exhaustiva de 10 años, pero la niña nunca apareció. Bueno, lo que más te intrigará es cómo la reconocí tan rápido. Cuando cumplió 4 años, Anna le compró una bicicleta a Rubini, con la que se había encaprichado mientras paseaba por los almacenes de la ciudad de la mano de sus padres. Recuerdo que ese día pasó su cumpleaños con la familia en esta misma casa, y ante la insistencia de Rubini, Anna permitió que estrenase la bicicleta. ¡Ojalá hubieras visto lo feliz que era dando vueltas por la casa! La cuestión es que a mi padre se le ocurrió la idea de quitar las ruedas de ayuda para enseñarla correctamente a utilizarla. Anna no estaba segura, pero, al final, cedió. Rubini aprendió muy rápido, todos aplaudíamos desde el porche como la manejaba; era todo un orgullo verla.

»Un susto imprevisto fue la que la hizo caer. De repente, de la casa del viejo Soong, salió la Primera Esposa gritando en chino a la sirviente, al parecer castigándola, y le ordenó dar cinco vueltas a la casa con dos sacos de patatas colgando de los brazos. Rubini se despistó, perdió el control de la bicicleta y cayó, golpeando su suave mejilla derecha en una piedra de aspecto puntiagudo.

»Siempre recordaré su carita redonda, su sonrisa, que era capaz de iluminar el día más nublado, pero el motivo por la cual la reconocí en el hospital fue por una cicatriz peculiar en su mejilla derecha, con forma de zig-zag- El médico que le puso puntos en la herida fue un poco manazas, y le dejó marca. Estoy segura de que esa mujer era Rubini, tenía la misma marca en la mejilla, no cabe duda, la cosa es que es normal que no me recuerde, ha pasado demasiado tiempo…

Quedamos en que la próxima vez que fuéramos al hospital a ver a Rani, buscaríamos a la enfermera y hablaríamos con ella, aunque, a ese paso, imaginé que Bella ya habría descubierto el asunto. Eran las once de la mañana; si salía ahora, llegaría a casa a la hora de comer, pero preferí quedarme a ayudar a la tiíta Lalita con la limpieza general, pues no era trabajo para una sola persona.

Ella se fue a la habitación del tío Sevenese (¡Buena suerte, Lalita, la necesitarás!), y yo me ocupé de la habitación de la bisabuela Lakshmi, que llevaba vacía desde que falleció, y más bien lo que había que hacer era limpiar el polvo, y retirar las telarañas y sus respectivas huéspedes.

Estuve metida todo el día dentro de la habitación, y a la hora de comer, la habitación estaba como una patena. La luminosidad de la habitación era ahora completamente diferente tras retirar la mugre que había en las ventanas; el polvo de encima de la cama estaba ahora en el recogedor; la madera del suelo sin suciedad, pero supongo que para que pueda recuperar su brillo natural, necesitaría una buena capa de barniz, y barriendo debajo de la cama encontré una par de botas bastante elegantes, una caja con saris que supongo que Lalita querría conservar y un billete de 50 ringgits.

A las dos de la tarde Lalita me llamó a comer. Preparó algo sencillo: unos fideos instantáneos con sabor a curry, los cuales devoró con avidez.

—Mmm…me encantan, son mis favoritos. Ah, Nisha, tengo una noticia que darte. ¡He encontrado algo que podría ayudar en vuestra investigación! —dijo, sonriendo y con los ojos brillantes.
—Te brillan los ojos, Lalita. ¿Qué has encontrado?
—Sabes que registré la habitación de mi hermano Sevenese para darte todas las cintas y las cartas astrales que encontrara. Pues bien, he encontrado otra que estaba escondida en una caja de zapatos, y lo mejor de todo es que pertenece a tu madre.
—¿Cómo ha podido aparecer en ese lugar?
—Recuerdo que poco antes de que tu madre fuera en busca de otra vida, recibí un paquete de ella con varias cintas dedicadas a ti. Para evitar perderlas las escondí por los huecos de la casa, cada una en un sitio, y se me olvidó la ubicación de la última. Pues aquí la tienes.
—Parece muy importante para que estuviera escondida ahí.
—Lo es; la mayoría de cintas me dijo que las escondió en tu casa. Yo de ti la escucharía ahora.
—Pero Lalita, ¿no quieres que te ayude con la habitación de tu hermano?
—No te preocupes por ese galimatías, Nisha. Llevo años limpiando sola, y soy capaz de enfrentarme a ese caos.

Tomé la cinta de sus manos y, mientras ella volvía a la habitación del tío Sevenese, cogí la grabadora de mi bolso y me fui a la habitación impoluta de la bisabuela Lakshmi. Se respiraba un aire diferente, parecía que su atmosfera había cambiado.

Puse la cinta dentro de la grabadora, me dejé en la cama, cerré los ojos y simplemente escuché.

________________________________________

En el extra IV, el que viene a continuación y subiremos próximamente, se terminará este tramo de la historia. En poco tiempo, comenzaremos a subir los del segundo bloque, que pasará a ser una precuela de lo acontecido en esta parte. Para hacer más corta la espera, iremos subiendo otras cosillas mientras terminamos de escribir, pues queremos tener material suficiente como para poder ir publicando capítulos sin tener el tiempo encima.

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Capítulo 10 (Bella)



CAPÍTULO 10
BELLA
"ENIGMA"
[2001]


Rubini desprendió los mechones del pelo que cubría su cara con un simple movimiento al aire. Cuando sus ojos observaron que me dedicaba a registrar la habitación de mi propia madre, sonrió maliciosamente y cerró la puerta lentamente. Fue acercándose lentamente a mí y se agachó hasta que nuestras cabezas quedaron a la misma altura. Relajó las facciones y susurró:

—Crees que soy como las demás enfermeras, aunque no es así. Me obligan a seguir unas instrucciones, pero saco mis propias conclusiones de todo lo que pasa en este hospital.

Mi mirada perpleja la pilló desprevenida. ¿Qué quería esa mujer? Después de comportarse como una bruja, intenta desahogarse conmigo. ¡Qué perversa!

—No me mires de esa forma, en el fondo pensamos igual. El incidente de tu madre no ha sido ningún intento de suicidio, lo tengo claro.
—Entonces, ¿qué demonios ha podido pasar? —le espeté de mala manera.
—No eres digna de mi confianza... de momento. ¿Esta noche dormirás aquí?
—Seguramente, pues mi madre me necesita en estos momentos.
—Para dormir aquí, si no estás interna, debes abonar una cuota. Moveré un par de hilos para que no necesites pagar y campes a tus anchas. La única condición es que vengas a verme a las ocho de la noche, baño femenino. Demuéstrame que eres de fiar, y yo te daré información, cuanto menos, interesante.

Conforme terminó de hablar, se marchó. No tuve oportunidad de contestarle, pero tampoco lo hubiera hecho; ella acababa de concederme un favor, y era mi deber colaborar con ella. Miré a mi madre, tendida en la cama, tan tranquila. "¿Qué ocultas esta vez, ama? ¿Por qué te empeñas en complicar mi existencia hasta en el coma?"

Salí de la habitación y monté en el ascensor. Bajé a la primera planta para tomarme un café con alguna persona, la primera que encontrase. Vi a una mujer mayor que tenía a su marido ingresado. Era regordeta, pelo canoso, sari descolorido y zapatillas de andar por casa. Supuse que pasaría la noche en el centro, porque tenía pintas de andar por casa.

No fueron necesarias las palabras; entramos juntas a la cafetería. Esta estaba tapizada de gris, tanto pared como suelo, y en la barra de pedidos solo había cuatro taburetes negros y medio destruidos. Por si fuera poco, la cantina estaba vacía, completamente. Encontramos cinco mesas, cada una con dos mini-sofás para tomar asientos. Ambos eran marrones y en las mesas solo había cestitas con servilletas. El ambiente era muy deprimente; no tenía nada que ver con el lujo que desprendían las otras plantas.

—¿Puede traernos un café?— le pedí al regente.
—Sí —añadió secamente el hombre.

Nos sentamos una frente a la otra mientras esperábamos nuestro pedido.

—Y dime... ¿cómo te llamas?
—Rin —dijo mientras sonreía. Cuando se mostraba feliz, se la veía muy bella, pero noté que lo hacía muy poco. —¿Y tú, guapa?
—Bella. —tras un pequeño silencio, donde nos analizamos la una a la otra, pregunté— ¿Por qué estás aquí?
—Digamos que los ángeles intentan unir a su equipo a mi marido. ¿Y tú?
—Interné a mi madre por anciana y, supuestamente, ha intentado suicidarse.

Rin intentó consolarme sin cesar durante cinco minutos hasta que recibimos nuestros cafés.

—Creo que faltan piezas en este rompecabezas. Al parecer, mi marido también intentó quitarse la vida. ¡Es increíble! Aunque de eso hace dos semanas.
—Si te soy honesta, no creo que haya tanto suicidio en un hospital, y menos siendo de alto standing. Algo raro ocurre aquí.

Rin comentó de pasada el número de su habitación. Después se marchó, dejándome con la intriga de lo que pudo suceder o no en el hospital. Envié un sms a Nisha, en el que le adjudiqué este mensaje: «Es el momento de sacar a la detective que llevo dentro».

La voz de Lakshmnam, mi padre, se infiltró en mi mente sin motivo aparente. «EMPIEZA POR RATHA. Ella es la llave que puede abrir la puerta del misterio».

Solo había dos posibilidades: estaba delirando o mi padre acababa de lanzarme un mensaje. Él nunca mentía ni hablaba en vano, así que primero investigaría la actual habitación de Rani y tras ello hablaría con Ratha.

Tomé el ascensor y subí a la planta diez. Las cinco y media de la tarde marcaba el reloj de la habitación. Era momento de investigar.

Abrí el cajón del que saqué la foto. No había nada más que un mechero y unas llaves. Entonces todo cobró sentido; lo que Rubini pretendía era poner a prueba mi ingenio. Esas llaves abrían el baño femenino, pero solo para personal, y el mechero también debía servir para algo. Guardé ambos objetos en mi bolso y cual fue mi sorpresa al encontrar una cajita al final del cajón. Deslicé hacia fuera una palanquita y una bailarina de porcelana comenzó a dar vueltas al ritmo de la música clásica. Creo que esa fue la cajita que compramos para Nisha antes del fatídico suceso de 1984. Fue mi madre quien la conservó.

Abrí el segundo cajón. Encontré unos guantes manchados de sangre. Reprimí un grito y los examiné mejor; en realidad, solo era pintura roja y seca. Me los puse; Rubini quería echarme un cable.

Y, para terminar, el tercer cajón. Una voz en mi cabeza dijo: «NO LO ABRAS». Ignoré la advertencia y ahora me arrepiento, porque lo que descubrí me provocó un profundo shock.

Lo primero que vi en el cajón fue una cinta; mi madre la grabó, pero no sé cuando. Lo segundo fue un sobre mandado desde la dirección de Ratha. Escrita a día 3 de noviembre, poco antes de que sucediera el incidente con mi madre, contenía unas palabras muy difíciles de digerir.


Querida bruja:
No es ético por mi parte avisarte de venideras desgracias, pero mi bondadoso corazón me obliga a hacerlo. Destrozaste mis ilusiones e, incluso, me arrebataste al verdadero amor. A pesar de todo, es mi deber comunicarte que debes salir de ese hospital. Una fatal desgraciada puede ocurrirte si no atiendes a mis palabras; es la última jugada de la ya desaparecida muñeca maldita. Algún día me los agradecerás.
Ratha


Y, por la parte trasera del sobre, había un folio con escritura a ordenador. «Vas a morir, vieja zorra».

¿Cómo llegó eso a mi madre? ¿Por qué Ratha estaba enterada de esos sucesos que ni siquiera yo sospechaba? Y, lo más sospechoso... ¿Quién querría hacer daño a mi madre? No podía seguir en ese lugar, porque me entraba pánico de mirar a mi pobre madre y de pensar que no la protegí del mal.

Bajé a la tercera planta, donde se encontraba la verdadera habitación de mi madre. Al intentar entrar, me sorprendió ver que un candado me impedía el paso. Una limpiadora me pidió que dejará de forzarla, así que me alejé. El mechero serviría para intentar abrir el candado, pues no era gran cosa y no necesitaba demasiada presión para ceder el paso. Volvería en una hora. Al parecer, Rubini quería que yo descubriera algo por mí misma.

Lentamente fueron girando las manecillas del reloj y, a las siete de la tarde, volví a la planta donde ocurrió el supuesto intento de suicidio. Compartí el ascensor con un joven doctor de rasgos occidentales y, al no ver ninguna presencia terrenal en los pasillos, me dispuse a llevar a cabo mi plan. Voces de ultratumba susurraban a mi oído palabras en distintos idiomas, pero ninguna se atrevió a materializarse ante mis ojos.

Me paré ante la puerta de la 22, número de la habitación, y saqué el mercero de mi bolso. Caí en la cuenta de que, por sí solo, no me iba a servir de nada, pero encontré en el suelo una caja de cerillas que hace un rato no estaba allí; esa era la solución. No pensé como habrían llegar a parar ahí, simplemente encendí una gran cerilla con el encendedor e intenté explotar el candado por dentro. Lo intenté varias veces y a la quinta dio resultado. Me pregunté por la falta de almas; estaba completamente sola en ese lugar. Fue un pensamiento pasajero porque la habitación acababa de abrirse ante mí.

Avisté la habitación y llegué a sobresaltarme al ver que era casi igual que en la que estaba mi madre debatiéndose entre la vida o la muerte. ¿A caso en ese lugar todos los cubículos eran calcados unos de otros? Las únicas variantes perceptibles fueron que no había ninguna máquina de oxígeno y que había otra cama junto a la de mi madre. Así que tenía un compañero en el hospital... seguramente en unas horas podría hablar con él o ella; necesitaba saber su testimonio.

Y entonces se reveló ante mis ojos; también había dos armarios en la habitación, ambos marrón oscuro y con motivos otoñales. Abrí el de mi madre, que se encontraba al lado de su cama, y solo encontré un viejo y arrugado sari color caqui. Yo conocía ese sari; a ella nunca le gustó por el simple hecho de que fue un regalo de papá. Sobre 1973, mi padre cerró un buen negocio, y con parte de lo conseguido obsequió a su esposa con el sari por el que ella suspiraba desde hacía meses. No se lo vi puesto ni una vez. Qué tortuosa relación llegaron a tener.

También encontré una cajita de regalo en el armario. Me sorprendió saber que el remitente era Nash. Le envió a nuestra madre un lujoso reloj. En la dedicatoria estaba escrito a tinta: «Ya cumplí mi parte, madre». Mi hermano no debería haber sabido nada sobre el internamiento de nuestra dadora de vida, pues no le comenté nada. Nuevos misterios se extendían ante mí en toda su elegancia.

En la cómoda de mamá, primer cajón, encontré una foto en un marco de espirales rosas. En ella posábamos Hoyuelo, la serpiente Luke y yo. Esa fotografía debía ser más o menos de 1976, cuando ellos comenzaron a salir y me pidieron que les hiciera compañía en el centro comercial de Kuantan, el único que existía por entonces. Mi hermana temía que yo le pudiera robar a la víbora con mis desvergonzadas ropas. Sentí un puñal en el pecho, más conocido como traición, por saber que mi hermana creía eso de mí. Lo di todo por ella, y su respuesta fue alejarse poco a poco de mí cuando consiguió un marido y una lujosa mansión.

En el segundo cajón encontré un collar de auténticas perlas perteneciente a Hoyuelo; uno de los muchos regalos envenenados que hizo la serpiente a mi inocente hermana. Junto al preciado objeto, un folio formato A6 con escrituras de mi madre. Supuse que no la escribió hace mucho por su contenido y caligrafía.

Yo, Rani Lakshmnam, expongo aquí mis intenciones de desaparecer de esta próspera tierra llamada Malasia y del mapa en general. Solo soy un estorbo para todos, pues mis propias nieta e hija me han internado en un asilo para ancianos. Siento todo el daño causado y comprendo los cantos de alegría que llevará consigo mi pérdida. Adiós. Nadie descubrirá mi secreto.

Pobre madre... tan sola y deprimida. Fue capaz de inventarse secretos inconfesables para captar mi atención. Guardé la carta en mi bolso; toda prueba era necesaria.

Avancé hacia la mesilla del compañero de mi madre y, encima, había una fotografía enmarcada de Rin con un hombre calvo, muy rellenito pero con una sonrisa de oreja a oreja. Su marido era el compañero de mi madre... y todo tomó forma en mi mente. Miré en su armario para comprobar mis sospechas, y, en efecto, mi teoría era inequívoca. Encontré una bata de doctor llena de sangre.

Mi reacción fue huir de la estancia y las presencias fantasmales aparecieron ante mí mientras iniciaba mi carrera. Personas que cerraron los ojos en quirófano esperando despertar pero que no los abrieron jamás. Por primera vez en mi vida, temí por lo que veía. Subí a la planta de personal y usé la llave del servicio femenino; ahí estaba Rubini, y en su mano, varios papeles.

—Te subestimé. Pensé que nunca llegarías aquí, por lo que eres digna de mi confianza. Mereces saber mi teoría sobre los hechos.

Ella alargó su mano y yo, aun conmocionada por todo lo vivido, abrí los informes. El primero era un registro de visitas, en el que figuraba que, el día del intento de suicidio, Ratha visitó a mi madre a las seis de la tarde, y Nash a las ocho. Más impactante fue lo siguiente; un informe psiquiátrico en el que se resumía que mi madre sufría un trastorno bipolar junto a una leve demencia senil. Rubini me mantuvo la mirada, pero esta vez no era desafiante, si no de pena; ella no esperaba tener que darme estas duras noticias, pues creyó que nunca acertaría su rompecabezas. Por desgracia, lo resolví. A veces es mejor no saber la solución de un enigma, pues puede afectar a tu salud emocional de forma devastadora.

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