Javier y Laura. Con la tecnología de Blogger.
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Capítulo 10 (Bella)



CAPÍTULO 10
BELLA
"ENIGMA"
[2001]


Rubini desprendió los mechones del pelo que cubría su cara con un simple movimiento al aire. Cuando sus ojos observaron que me dedicaba a registrar la habitación de mi propia madre, sonrió maliciosamente y cerró la puerta lentamente. Fue acercándose lentamente a mí y se agachó hasta que nuestras cabezas quedaron a la misma altura. Relajó las facciones y susurró:

—Crees que soy como las demás enfermeras, aunque no es así. Me obligan a seguir unas instrucciones, pero saco mis propias conclusiones de todo lo que pasa en este hospital.

Mi mirada perpleja la pilló desprevenida. ¿Qué quería esa mujer? Después de comportarse como una bruja, intenta desahogarse conmigo. ¡Qué perversa!

—No me mires de esa forma, en el fondo pensamos igual. El incidente de tu madre no ha sido ningún intento de suicidio, lo tengo claro.
—Entonces, ¿qué demonios ha podido pasar? —le espeté de mala manera.
—No eres digna de mi confianza... de momento. ¿Esta noche dormirás aquí?
—Seguramente, pues mi madre me necesita en estos momentos.
—Para dormir aquí, si no estás interna, debes abonar una cuota. Moveré un par de hilos para que no necesites pagar y campes a tus anchas. La única condición es que vengas a verme a las ocho de la noche, baño femenino. Demuéstrame que eres de fiar, y yo te daré información, cuanto menos, interesante.

Conforme terminó de hablar, se marchó. No tuve oportunidad de contestarle, pero tampoco lo hubiera hecho; ella acababa de concederme un favor, y era mi deber colaborar con ella. Miré a mi madre, tendida en la cama, tan tranquila. "¿Qué ocultas esta vez, ama? ¿Por qué te empeñas en complicar mi existencia hasta en el coma?"

Salí de la habitación y monté en el ascensor. Bajé a la primera planta para tomarme un café con alguna persona, la primera que encontrase. Vi a una mujer mayor que tenía a su marido ingresado. Era regordeta, pelo canoso, sari descolorido y zapatillas de andar por casa. Supuse que pasaría la noche en el centro, porque tenía pintas de andar por casa.

No fueron necesarias las palabras; entramos juntas a la cafetería. Esta estaba tapizada de gris, tanto pared como suelo, y en la barra de pedidos solo había cuatro taburetes negros y medio destruidos. Por si fuera poco, la cantina estaba vacía, completamente. Encontramos cinco mesas, cada una con dos mini-sofás para tomar asientos. Ambos eran marrones y en las mesas solo había cestitas con servilletas. El ambiente era muy deprimente; no tenía nada que ver con el lujo que desprendían las otras plantas.

—¿Puede traernos un café?— le pedí al regente.
—Sí —añadió secamente el hombre.

Nos sentamos una frente a la otra mientras esperábamos nuestro pedido.

—Y dime... ¿cómo te llamas?
—Rin —dijo mientras sonreía. Cuando se mostraba feliz, se la veía muy bella, pero noté que lo hacía muy poco. —¿Y tú, guapa?
—Bella. —tras un pequeño silencio, donde nos analizamos la una a la otra, pregunté— ¿Por qué estás aquí?
—Digamos que los ángeles intentan unir a su equipo a mi marido. ¿Y tú?
—Interné a mi madre por anciana y, supuestamente, ha intentado suicidarse.

Rin intentó consolarme sin cesar durante cinco minutos hasta que recibimos nuestros cafés.

—Creo que faltan piezas en este rompecabezas. Al parecer, mi marido también intentó quitarse la vida. ¡Es increíble! Aunque de eso hace dos semanas.
—Si te soy honesta, no creo que haya tanto suicidio en un hospital, y menos siendo de alto standing. Algo raro ocurre aquí.

Rin comentó de pasada el número de su habitación. Después se marchó, dejándome con la intriga de lo que pudo suceder o no en el hospital. Envié un sms a Nisha, en el que le adjudiqué este mensaje: «Es el momento de sacar a la detective que llevo dentro».

La voz de Lakshmnam, mi padre, se infiltró en mi mente sin motivo aparente. «EMPIEZA POR RATHA. Ella es la llave que puede abrir la puerta del misterio».

Solo había dos posibilidades: estaba delirando o mi padre acababa de lanzarme un mensaje. Él nunca mentía ni hablaba en vano, así que primero investigaría la actual habitación de Rani y tras ello hablaría con Ratha.

Tomé el ascensor y subí a la planta diez. Las cinco y media de la tarde marcaba el reloj de la habitación. Era momento de investigar.

Abrí el cajón del que saqué la foto. No había nada más que un mechero y unas llaves. Entonces todo cobró sentido; lo que Rubini pretendía era poner a prueba mi ingenio. Esas llaves abrían el baño femenino, pero solo para personal, y el mechero también debía servir para algo. Guardé ambos objetos en mi bolso y cual fue mi sorpresa al encontrar una cajita al final del cajón. Deslicé hacia fuera una palanquita y una bailarina de porcelana comenzó a dar vueltas al ritmo de la música clásica. Creo que esa fue la cajita que compramos para Nisha antes del fatídico suceso de 1984. Fue mi madre quien la conservó.

Abrí el segundo cajón. Encontré unos guantes manchados de sangre. Reprimí un grito y los examiné mejor; en realidad, solo era pintura roja y seca. Me los puse; Rubini quería echarme un cable.

Y, para terminar, el tercer cajón. Una voz en mi cabeza dijo: «NO LO ABRAS». Ignoré la advertencia y ahora me arrepiento, porque lo que descubrí me provocó un profundo shock.

Lo primero que vi en el cajón fue una cinta; mi madre la grabó, pero no sé cuando. Lo segundo fue un sobre mandado desde la dirección de Ratha. Escrita a día 3 de noviembre, poco antes de que sucediera el incidente con mi madre, contenía unas palabras muy difíciles de digerir.


Querida bruja:
No es ético por mi parte avisarte de venideras desgracias, pero mi bondadoso corazón me obliga a hacerlo. Destrozaste mis ilusiones e, incluso, me arrebataste al verdadero amor. A pesar de todo, es mi deber comunicarte que debes salir de ese hospital. Una fatal desgraciada puede ocurrirte si no atiendes a mis palabras; es la última jugada de la ya desaparecida muñeca maldita. Algún día me los agradecerás.
Ratha


Y, por la parte trasera del sobre, había un folio con escritura a ordenador. «Vas a morir, vieja zorra».

¿Cómo llegó eso a mi madre? ¿Por qué Ratha estaba enterada de esos sucesos que ni siquiera yo sospechaba? Y, lo más sospechoso... ¿Quién querría hacer daño a mi madre? No podía seguir en ese lugar, porque me entraba pánico de mirar a mi pobre madre y de pensar que no la protegí del mal.

Bajé a la tercera planta, donde se encontraba la verdadera habitación de mi madre. Al intentar entrar, me sorprendió ver que un candado me impedía el paso. Una limpiadora me pidió que dejará de forzarla, así que me alejé. El mechero serviría para intentar abrir el candado, pues no era gran cosa y no necesitaba demasiada presión para ceder el paso. Volvería en una hora. Al parecer, Rubini quería que yo descubriera algo por mí misma.

Lentamente fueron girando las manecillas del reloj y, a las siete de la tarde, volví a la planta donde ocurrió el supuesto intento de suicidio. Compartí el ascensor con un joven doctor de rasgos occidentales y, al no ver ninguna presencia terrenal en los pasillos, me dispuse a llevar a cabo mi plan. Voces de ultratumba susurraban a mi oído palabras en distintos idiomas, pero ninguna se atrevió a materializarse ante mis ojos.

Me paré ante la puerta de la 22, número de la habitación, y saqué el mercero de mi bolso. Caí en la cuenta de que, por sí solo, no me iba a servir de nada, pero encontré en el suelo una caja de cerillas que hace un rato no estaba allí; esa era la solución. No pensé como habrían llegar a parar ahí, simplemente encendí una gran cerilla con el encendedor e intenté explotar el candado por dentro. Lo intenté varias veces y a la quinta dio resultado. Me pregunté por la falta de almas; estaba completamente sola en ese lugar. Fue un pensamiento pasajero porque la habitación acababa de abrirse ante mí.

Avisté la habitación y llegué a sobresaltarme al ver que era casi igual que en la que estaba mi madre debatiéndose entre la vida o la muerte. ¿A caso en ese lugar todos los cubículos eran calcados unos de otros? Las únicas variantes perceptibles fueron que no había ninguna máquina de oxígeno y que había otra cama junto a la de mi madre. Así que tenía un compañero en el hospital... seguramente en unas horas podría hablar con él o ella; necesitaba saber su testimonio.

Y entonces se reveló ante mis ojos; también había dos armarios en la habitación, ambos marrón oscuro y con motivos otoñales. Abrí el de mi madre, que se encontraba al lado de su cama, y solo encontré un viejo y arrugado sari color caqui. Yo conocía ese sari; a ella nunca le gustó por el simple hecho de que fue un regalo de papá. Sobre 1973, mi padre cerró un buen negocio, y con parte de lo conseguido obsequió a su esposa con el sari por el que ella suspiraba desde hacía meses. No se lo vi puesto ni una vez. Qué tortuosa relación llegaron a tener.

También encontré una cajita de regalo en el armario. Me sorprendió saber que el remitente era Nash. Le envió a nuestra madre un lujoso reloj. En la dedicatoria estaba escrito a tinta: «Ya cumplí mi parte, madre». Mi hermano no debería haber sabido nada sobre el internamiento de nuestra dadora de vida, pues no le comenté nada. Nuevos misterios se extendían ante mí en toda su elegancia.

En la cómoda de mamá, primer cajón, encontré una foto en un marco de espirales rosas. En ella posábamos Hoyuelo, la serpiente Luke y yo. Esa fotografía debía ser más o menos de 1976, cuando ellos comenzaron a salir y me pidieron que les hiciera compañía en el centro comercial de Kuantan, el único que existía por entonces. Mi hermana temía que yo le pudiera robar a la víbora con mis desvergonzadas ropas. Sentí un puñal en el pecho, más conocido como traición, por saber que mi hermana creía eso de mí. Lo di todo por ella, y su respuesta fue alejarse poco a poco de mí cuando consiguió un marido y una lujosa mansión.

En el segundo cajón encontré un collar de auténticas perlas perteneciente a Hoyuelo; uno de los muchos regalos envenenados que hizo la serpiente a mi inocente hermana. Junto al preciado objeto, un folio formato A6 con escrituras de mi madre. Supuse que no la escribió hace mucho por su contenido y caligrafía.

Yo, Rani Lakshmnam, expongo aquí mis intenciones de desaparecer de esta próspera tierra llamada Malasia y del mapa en general. Solo soy un estorbo para todos, pues mis propias nieta e hija me han internado en un asilo para ancianos. Siento todo el daño causado y comprendo los cantos de alegría que llevará consigo mi pérdida. Adiós. Nadie descubrirá mi secreto.

Pobre madre... tan sola y deprimida. Fue capaz de inventarse secretos inconfesables para captar mi atención. Guardé la carta en mi bolso; toda prueba era necesaria.

Avancé hacia la mesilla del compañero de mi madre y, encima, había una fotografía enmarcada de Rin con un hombre calvo, muy rellenito pero con una sonrisa de oreja a oreja. Su marido era el compañero de mi madre... y todo tomó forma en mi mente. Miré en su armario para comprobar mis sospechas, y, en efecto, mi teoría era inequívoca. Encontré una bata de doctor llena de sangre.

Mi reacción fue huir de la estancia y las presencias fantasmales aparecieron ante mí mientras iniciaba mi carrera. Personas que cerraron los ojos en quirófano esperando despertar pero que no los abrieron jamás. Por primera vez en mi vida, temí por lo que veía. Subí a la planta de personal y usé la llave del servicio femenino; ahí estaba Rubini, y en su mano, varios papeles.

—Te subestimé. Pensé que nunca llegarías aquí, por lo que eres digna de mi confianza. Mereces saber mi teoría sobre los hechos.

Ella alargó su mano y yo, aun conmocionada por todo lo vivido, abrí los informes. El primero era un registro de visitas, en el que figuraba que, el día del intento de suicidio, Ratha visitó a mi madre a las seis de la tarde, y Nash a las ocho. Más impactante fue lo siguiente; un informe psiquiátrico en el que se resumía que mi madre sufría un trastorno bipolar junto a una leve demencia senil. Rubini me mantuvo la mirada, pero esta vez no era desafiante, si no de pena; ella no esperaba tener que darme estas duras noticias, pues creyó que nunca acertaría su rompecabezas. Por desgracia, lo resolví. A veces es mejor no saber la solución de un enigma, pues puede afectar a tu salud emocional de forma devastadora.

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