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Capítulo 8.2 (Bella)



CAPÍTULO 8 [Segunda parte]
BELLA
"Foto de familia"
[2001]

Nisha me dijo que llegaría poco después de las diez, por lo que partí yo sola. Mi viaje hacia Petali Jaya no pudo ser peor; veía a la muerte en cada curva por la que pasaba con el coche. Por suerte, la abuela Lakshmi sonreía en mi mente y conseguía ahuyentar esas extrañas visiones.

Llegué a Petali Jaya a las siete de la mañana. Lo primero que hice fue ir a mi casa. Me reconfortó ver todo tal y como lo había dejado; hacía días que no pasaba tanto tiempo en casa, y sentí una paz interior inmensa al sentirme en mi hogar. Llamé a Lalita y le pedí las cintas de Sevenese, ya que quería saber lo que mi tío pensaba sobre nosotros y qué decían las cartas astrales de nuestra familia. La tiíta me informó de que Nisha pasaría por allí en breves para recogerlas por sí misma, así que no insistí más. Lo siguiente que hice consistió en coger la grabadora de mi mesita de noche y el ejemplar del libro que Nisha había escrito sobre la familia, 'Madre del Arroz', aun por reeditar para incluir la nueva información que íbamos obteniendo. Amu me llamó y me aconsejó poner tres dientes de ajo y una foto de Ganesha para protegerme de los malos espíritus en la sala de hospital de mi madre. Hice caso a su petición; desde que adquirí este don, siempre pude ver en sus ojos una crisálida; inofensiva, pacífica y maltratada. Mientras iba a por los dientes de ajo, recordé que también tenía la obligación de ir a hablar con Mui-Tsai, así que, entre tanto estrés, no cumplí con mi palabra.

Volví al coche y me dirigí al hospital central de la ciudad. Yo sabía que mi madre no era el ser más bondadoso del mundo, pero, a pesar de sentirla como un regalo envenenado del destino, la respetaba profundamente, e incluso la admiraba por haberme dado la vida.

No está de más comentar que el hospital de Petali Jaya es enorme. Tuve que subir diez plantas para encontrar a las cuidadoras de mamá. La cuidadora que me atendió era una mujer rubia de preciosos ojos azules, pómulos marcados, rostro simétrico, cuerpo esbelto y melena rubia, que le llegaba hasta la cintura. Además, era blanca, de un color pálido. No debía tener muchos más años que yo, pero la vi más joven y, además, con un tremendo parecido a alguien de la familia. Vestía ropas atrevidamente caras, por lo que me intimidó un poco. Seguramente estaba en el descanso, pues las enfermeras tienen una vestimenta indicada, o eso me pareció ver en el resto de plantas. Se acercó a mí, que esperaba en el banco que había al lado de la habitación de mi madre.

—¿Es usted familia de Rani Lakshmnam? —tras eso, me analizó de arriba a abajo. Una mueca desaprobadora se dibujó en su casa.
—Soy su hija. —tras un breve pero incómodo silencio, añadí: —¿Puedo verla?
—Como quiera. Luego la informaré sobre el estado de su madre, pero le advierto de que deberían ir preparándose para lo peor.

En su plaquita de enfermera se podía leer 'Srta. Rubini Minesotte'. Yo había escuchado ese nombre hace poco, pero estaba ocupada pensando en el estado de mi madre y no le dí muchas vueltas.

Entrar en la habitación me impactó: mi madre, de 69 años, fuerte como una roca, se encontraba en la cama cual vegetal. La habitación era bastante grande: la pared estaba recubierta de verde pistacho mientras que el suelo, de baldosas naranjas y blancas, conjuntaban perfectamente con ella. Dos preciosos sofás color crema se encontraban a la derecha de mi dolorida madre. En el lado izquierdo, un sillón y una mesita de noche con un mantel de la luna. Había varios cajones en la mesita, pero no me aventuré a abrirlos. Había un cuarto de baño cerca de la puerta principal, y una tele de cuarenta pulgadas colgaba de la pared frontal a la cama. Una terraza enorme con asombrosas vistas daba el broche de oro a esa habitación. En ese momento, me convencí de que mis ahorros no fueron malgastados para nada.

Embobada por la belleza del lugar olvidé que mi madre se encontraba en estado grave. Inicié una carrera hacia la cama y lloré. Oí al demonio en mi cerebro: «Bella, ¿qué haces llorando por la mujer que maltrató a tu hermana y te deseó la peor de las infelicidades?»

Hice caso omiso y pude ver que mi madre tenía brazos y piernas escayolados. Una máquina le suministraba el oxígeno y la sangre que necesitaba. La mujer que antaño lucía descomunales vestidos rojos que deslumbraban y dejaba volar en el aire sus negros cabellos se encontraba medio lisiada en una cama. ¡Pobre madre! ¿Qué demonios le había ocurrido? Comencé a gritar; perdí el control, tal y como pasó cuando vi a mi padre morir.

—¡QUE ALGUIEN ME DIGA QUÉ HA OCURRIDO! —le grité a nadie en específico.

La enfermera Rubini entró en la habitación al escuchar los chillidos, con expresión de horror. Le acompañaban Lalita y Nisha. La segunda llevaba un saco con cintas en su interior. Lalita depositó rosas y una pequeña figurita de la diosa Lakshmi a los pies de mi madre. Rezó unas cuantas veces por su alma, como si hubiera muerto. Abracé a ambas en un extraño impluso; mi madre afectaba a mi humor de una forma que no llegué a pensar nunca. No imaginaba la vida sin ella. La enfermera abrió una libretita y comenzó a hablar:

—Coma profundo. La encontró esta madrugada un becario de doctor en los exteriores del centro, tendida en el suelo, inconsciente y desangrándose. Por suerte, actuó rápido, justo en el momento en que escuchó un ruido. Sabiendo que se encontraba en una tercera planta y que nuestros jardines son abundantes en vegetación no debería suponer un problema grave, pero a su edad, sus huesos tardarán en recuperarse o no lo harán jamás. Se trata, sin duda, de un intento de suicidio.

No acabé de asimilarlo; mi madre había intentado suicidarse por mi culpa, porque fui una hija horrible que falló a la tradición. La hija soltera debe cuidar a la viuda hasta el resto de sus días. La tiíta Lalita cuidó de la abuela hasta que murió. Pero algo no cuadraba en la historia...

—¿Qué servicio se le ha ofrecido a mi madre?
—El mejor posible— contestó la taimada enfermera en cuestión de segundos.
—¡Pero cómo se atreve! ¡¿Y por qué iba ella a cometer ese pecado si tan bien cuidada está?! ¿Y las cámaras de seguridad? ¿Dónde demonios están? ¡Exijo evidencias de lo que ha dicho!
—Tranquilícese. No tengo acceso a ellas, pero haré lo que esté en mi mano por ayudar a su madre. Esta mujer intentó inyectarse una jeringuilla en una ocasión. Siempre gritaba: «¡Qué desgracia ha caído sobre mí ¡La mariposa de la pena ha destrozado mi vida! ¿¡Ofrezco toda la bondad posible a mi familia, y qué recibo a cambio!? ¡Una hija infiel a los dioses, otra que se atreve a internarme en un manicomio para seniles, un criminal disfrazado de hijo, un inútil de marido muerto adicto al mah-jong, una nieta que exige que me den comida precocinada y una cuñada que no me dirige la palabra! ¡Por no hablar de esa zorra de Ratha, que me llamó ayer para reírse de mi desgracia! ¡Matadme, no quiero vivir así!»

Le di las gracias a la enfermera y se fue. Veía un águila en su ojo, así que me hice la promesa de conocerla para saber el motivo de esa representación animal. Nisha se acercó a mi madre y dijo:

—Abuela Rani, sé que has sido cruel con estas dos mujeres, y también lo fuiste con mi madre, con la bisabuela, con el abuelo Lakshmnam y con toda la familia, pero prometo que, si sales de esta, os acogeré a Bella y a ti en mi casa, la tiíta Lalita perdonará todo el mal que has causado a esta familia, y así podrás dejar nacer a esa buena persona que, seguro, guardas en tu interior.

Por primera vez en toda la mañana, Lalita habló.

—¿Qué ha dicho de Ratha? ¿Ratha llamó a Rani? Por cierto, esa enfermera se parece a alguien que no veo desde hace muchísimos años...

¡No había caído en ese dato! Y ya éramos dos personas que conocían de algo a Rubini.

—Tendré unas palabras con Ratha  —añadió Nisha.

Tras un rato en el que conversamos sobre política, televisión, cine, música, anécdotas familiares y otros temas aleatorios, llegó la hora de la despedida.

—Bella, debemos irnos. Tengo una cita con Kutub, la hija menor de Ratha, y no puedo fallarle; conoce información sobre Nash y su familia. Además, Lalita está cansada y quiere que la lleve a su vecindario. ¿Qué te parece si nos vemos mañana?
—Le haré compañía a mi madre. Id en paz.

Por fin me quedé sola y pude dar comienzo a mi investigación. Estaba segura de que mi madre no había intentado suicidarse. Empecé revisando los cajones de la habitación, y luego, más tarde, bajaría a su cuarto en la tercera planta, la que sería la escena del crimen. Tenía toda mi investigación bajo control.

Al abrir el cajón encontré algo interesante; una foto familiar. Recordé esa foto; fue uno de los pocos momentos en los que fuimos felices. Papá recibió un gran aporte económico por sus negocios y mamá no se lo gastó en caprichos. Mis padres, Hoyuelo y Nash están sentados. Rani estaba guapísima, con un peinado digno de una estrella y un vestido de reina. Lakshmnam lucía tan apuesto como siempre, con su encantadora sonrisa. Recordé cuanto le echaba de menos. Un pequeño Nash de 8 años sonreía pícaramente mientras sacaba los cuernos por encima de la cabeza de Hoyuelo. Hoyuelo iba vestida con su vestido verde, el mismo que el abuelo Ayah guardó para una posible hija de Mohini y decidió entregarle a su nieta favorito. También echo de menos a Hoyuelo y ese resplandor que emitía con su presencia. Entonces Hoyuelo debía tener 7 años y ya era toda una belleza hindú. Para terminar, una pequeña yo, de 5 años, se sentaba en las rodillas de Hoyuelo. Yo no fui ninguna belleza en mi infancia. Mis grasientos rizos y mi regordete cuerpo me acomplejaban, pero Hoyuelo siempre estaba dispuesta a animarme con sus buenas palabras. Parecía ser que, después de todo, mamá nos quiso mucho a todos.

Mientra yo recordaba viejos tiempos, la puerta se abrió lentamente, y alguien entró a través de ella.

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1 comentarios:

Gene-maye dijo...

Me pregunto quien sera la enfermera, no me suena de nada... .-.

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